miércoles, 9 de abril de 2025

UN RELATO DE ANGUSTIA, O DE UNA TARDE ANOCHECIDA

 

Sólo para confirmar que todavía existo, voy a empezar prestándole atención al dolor de mis huesos, a las articulaciones un tanto oxidadas; voy a ponerme los lentes para no forzar tanto a los ojos para ver y así lograr cierto enfoque confiable, y olvidándome de los años que llevo encima, comenzar a observar alrededor, tratando de reconocer los contornos de las formas, aunque seguramente terminaré concluyendo que no hubiese podido hacer mucho más para llegar a este presente que en algún momento se disfrazó de encantador futuro, ocultándome sus intenciones de que un día acabaría ignorándome, haciéndome sentir del modo en que hoy me estoy sintiendo, sin posibilidad de evitar la caída de la noche. Entonces continuaré  diciendo que es como estar atravesando ese humano instante de cuando querés echarle la culpa a alguien, o el de cuando se te ocurre aspirar llenando tus pulmones intentando encontrar el motivo de la molestia en el pecho, y luego, vencido por la desazón, lanzar una rabieta para acabar mirando al cielo, al piso, al escarabajo pedorro ése, que va cruzando el patio y se cae a cada rato, tropezándose con el pasto que espera por mi decisión de cortarlo un día de éstos; es, en definitiva, tener estas ganas irrefrenables de mirar hacia algún otro lado sin bizquear, con la puteada a flor de labios, con el temblor de la mano que pretende interceptar un rayo de sol para capturar un poco de su energía, cayendo en la cuenta de lo bobo que resulta pensar de repente en las cosas que uno escucha por ahí, acerca de vibraciones en concordancia con el cosmos, de búsqueda del equilibrio en el aspirar y expirar con la concentración puesta en el entrecejo, visualizando un lugar en el que te sientas cómodo y en paz. Esas recetas que circulan y se ajustan a nuestro tiempo, y que uno recuerda en momentos como éste, cuando se trata de sobrellevar un estado de ánimo que apesta. Ahora por ejemplo bien podría estar sentado en un prado frente a la montaña, meditando y repitiendo mantras a más no poder en lugar de estar atribuyéndole méritos escatológicos a un día lluvioso, o a la pleamar que insiste con su espuma mezclada con mugre, o a la humedad de remitente indeterminado, porque no se sabe si sube desde el piso o flota como una nube solamente porque se le da la gana; en fin, todo se reduce a este frio pegajoso que cala los huesos y te mea en el último rincón desguarnecido. Es angustia, hermano, lisa y llana. Seguramente coincidirías conmigo si estuvieras junto a mí y pudiera contarte lo que siento, como sabía hacerlo en el pasado cuando todavía andabas por entre los vivos, antes de que te quedaras como pavote en el camino, perdiéndote el poder llegar hasta aquí, hasta este punto de la historia donde quedaste colgado en un cuadro en una pared.

Dicen que el pájaro confía en sus alas y no en la rama en la que se posa. Qué buena analogía de mierda se me ocurre en la continuidad del pensamiento zen, regulando mi respiración intentando hallar un ambicioso equilibrio, una pizca de calma espiritual que me aleje de cualquier eventual ataque de pánico, que me impida ponerme a zapatear en un irrefrenable ataque de chacarera, o de malambo, tal como solíamos decir por aquellas épocas, acerca de las supuestas reacciones ante la histeria o la locura.

Y ahora te estoy echando de menos, che. Tropezaste en el camino, parpadeaste y cagaste, te pasaste en esa curva y quedaste culo para arriba, jodido por tu cáncer que te estampó el sello en el pasaporte. No sabés de cuánto te perdiste. Pensar en eso es algo que duele, y aquí me dejo ganar por mi costado agnóstico, porque como bien podrías saber (o no), te estoy hablando como si me estuvieras escuchando, cuando no estoy muy convencido de que puedas hacerlo, porque tengo mis serias dudas de que estés andando por ahí arriba o por allá abajo preocupándote por el bienestar de los que seguimos aquí, fuelleando, consumiendo oxígeno que cada día se pone más caro. No me jodás che, no me hagás sopesar siquiera, y dé por ciertas, las creencias populares de que seguramente ya estarías en el paraíso y que desde allí te hayás puesto a interceder por nosotros, irremediables herejes, tratando de convencer, vaya uno a saber a cuál fulano, o a qué mengano, para que alguna, o ambas de esas celestiales divinidades, corrijan los hilos y enderecen nuestros pasos para que no nos apartemos del buen camino, haciendo un adecuado uso de nuestro libre albedrío.

Te perdiste de mucho, viejo. En serio me gustaría pensar, creer, que estás al tanto de cómo continuó la vida en este plano después de que se te terminó la nafta. Y, aunque no fuera así, igual te imagino flotando, juntando las palmas de las manos a la altura del pecho, con un halo santurrón sobre tu cabezota, observando el crecimiento de los nietos que en vida no llegaste a conocer, pero poniéndote de espaldas a los embrollos familiares en los que evitarías interceder, y es que, si de verdad hay un más allá y estás ahí, te veo más cagándote de risa de nuestros problemas mundanos, ya que habrías llegado a un nivel en que todo esto te estaría chupando un huevo.

Pero ponele que de verdad pudieras andar como fantasma alrededor de tu casa intentando guiar o minimizar los embates de lo cotidiano en la vida de tus seres más amados. Ponele que aún después de muerto, y en un supuesto estado espiritual, estarías conservando tu conciencia terrenal, atento al presente en el cual, y quizás, sí podrías incidir. Ponele más pila entonces, viejo choto, esforzate más, porque esto que se vive es un verdadero caos. Quisiera ponerme un rato desde tu área de visión, viejocho, pero no sé si pueda. Qué década, compadre. Se me da por pensar que te moriste para no tener que soportar tantos cambios en el ritmo de vida, para no tener que reventar de bronca después de escuchar a tantos hipócritas buenos para nada diciendo que iban a arreglar el país; te perdiste la oportunidad de hacer uso de tu derecho, y con total argumento, lanzarles sin reparos la más desinhibida y contagiosa reputeada. ¿Te acordás de las charlas que solíamos tener sobre política, peleándonos con buena onda, burlándonos la mayoría de las veces de tal o cual personaje mediático, ocultando lo que en realidad sabíamos? Y lo que sabíamos era que de verdad no entendíamos un corno de política, que ni siquiera nos acercábamos a un pobre análisis del tiempo que nos tocaba vivir en ese momento. Sí, claro, desde fuera y alejado, tomando distancia, todo se ve de distinto modo, se alcanza un punto de vista más sabio. …Pero, ¿cómo íbamos a poder conseguir esa iluminación por aquella época, concentrados como estábamos en el día a día, para llegar a darnos cuenta de que ya el agua comenzaba a lamer nuestros cuellos? Creo, por así decirlo, que aquellas nubes temerarias que nos sobrevolaban flotando en su aire de grandeza, precipitaron y provocaron buenas olas de negocios donde los que sabían hacerlo comenzaron a nadar, mientras una gran mayoría solamente atinaba a aferrarse a cualquier cosa que flotase, y porque cada cual estaba ensimismado en lo suyo, nadie prestaba atención a quienes, desamparados y sin poder evitarlo, iban ahogándose en el nombre del progreso.  ¿Cuál fue la fecha en que te mudaste a la Quinta del Ñato? ¿2014? No sabés todo lo que se puede aprender en más de una década. Todo lo que te enseña sufrir de más, esa década; aún a pesar de que ya se viene con la piel curtida, llegás a darte cuenta de que una mancha más al tigre, sí hace diferencia. Sí, che, cabezón, las manchas se notan y hasta pesan más con el paso de los años. Claro, vos reíte, hace más de dos lustros que no tenés más cumpleaños, sorete. Y no te cagués de risa de este viejo, que se arrepintió, y en lugar continuar hablando solo (y que extraña al pariente, al compadre, al amigo, al hermano), se puso a escribir un monólogo, simulando que, aun así, serías capaz todavía de leerlo. Me sonrío, porque presiento que está saliéndome un discurso patético, motivado, impulsado o alimentado, por arrugas que vulneran cualquier temple, cuando las fuerzas ya no tienen tanto brío, cuando ya no importa si es de día o es de noche, porque, cuando se llega a cierta edad, aún en penumbras y sin necesidad de lentes, se adivina a qué responden ciertas formas y sus intenciones. La angustia no es una sensación, es una reacción, ya te habrás dado cuenta. Es el costo de haber quedado atrás, de saber que la mira está torcida y que no hay posibilidad de ningún tiro certero. De que no hay un viento favorable, de que es un remolino el que hincha a las velas y que los timones no funcionan en el aire. No, no me vengás con frases hechas, como esa de que todo es cíclico, de que es una rueda. ¿Querés una frase hecha? “…No hay nada nuevo bajo el sol…” Claro, claro, la historia de la humanidad es toda una sola angustia. Pero de verdad, el hoy, es hoy. Y jode mucho un presente donde ves resucitar, en plena era de inteligencias artificiales, a ciertos espíritus malignos. Y seguramente vos no podrías entender cuál sería el punto cuestionable, porque a vos, hermano, ya el hoy y el mañana te deben tener sin cuidado. Imagino tu cara fantasmal de “me importa un carajo tu planteo”. No digás nada. No, pará, me rectifico, antes de hacerme caso y callarte, decime, aún con mi agnosticismo mediante, estés ahí, o no lo estés, con total sinceridad de tu parte: ¿sería poco ético, estaría muy mal que me deje llevar por mi genio, pensarías que soy muy hereje si te dijera, si te pidiera, para que me dejés tranquilo con mi angustia presente y de futuro, que agarrés tus enigmáticas sonrisas, socarronas, benevolentes y espectrales, hagás meticulosamente un bagallo con ellas, tomés el envión suficiente, y te vayás un poco a la remismísima loma de la mierda?

 

D.O.V.

Abril de 2025