viernes, 23 de septiembre de 2011

Naturaleza

Al mirar hacia el techo y descubrirla, me compenetré de la araña: Pendiendo de un hilo sobre el vacío, vulnerable. Fue inevitable pensarla como depredador, hasta que reparé en sus cuatro pares de ojos. La imaginé obligada a observar cuatro, o tal vez, ocho mundos iguales al mío. No impedí su descenso hasta el piso. Digamos que le perdoné la vida.
D. O. V.

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