sábado, 23 de enero de 2016

LA REBELIÓN DEL LADRILLO *


“…Venid, acercaros, ayudad a este viejo, sostened conmigo la memoria. Así vuestra vida no transcurrirá en vano”.
(Anónimo - S. XIV)

Una cosa es que te lo vayan a contar y otra muy distinta es tener la posibilidad de ser testigo. Por eso creo, estoy corriendo con ventaja. Igual me parece que hay que estar en la piel del tipo para saber qué se propone lograr con esa hoja de papel y una birome. Es indudable que intenta escribir. Y ahí está la ventaja de ser testigo, poder observar que no quiere hacerlo denotando amargura o angustia, ni siquiera indignación por tener que lidiar con la angustia o la amargura. Para decirlo de otro modo, él quiere escribir, pero no desde la parcialidad de un estado de ánimo; porque una cosa es lo que es y como tal debe quedar inalterable. Ahora está mirando por la ventana, hacia el muro. “La libertad es ficticia; siempre existe un muro, aunque nada o nadie escapa a la acción del tiempo”. Expresa el pensamiento mediante un suspiro, que mueve y aleja la hoja de papel que había dejado descansar sobre la mesa. Yo le he dicho más de una vez que no se deje atrapar; le he dado aliento y me da la impresión de que me ha hecho caso cuando piensa que el tiempo espera su momento y actúa paciente. Pero lo dudo cuando mueve la cabeza en un gesto de desencanto y recorre con los ojos los lugares donde la caída del revoque deja desnudos a los ladrillos, que van desgranándose poco a poco y en algunos lugares, incluso, han desaparecido. A pesar del desencanto por cómo lo dice, debo darle la razón cuando compara la pared a una dentadura antigua y amarillenta que resignada, ve cómo sus piezas han ido perdiéndose irrecuperables junto con los años.
¿Veinte? ¿Treinta? ¿Cincuenta años? Difícil determinar la edad del muro. Difícil diferenciar entre la igualdad de tantos días, donde la semana era lo mismo que el mes y éste a veces se encontraba con el festejo de los vecinos recibiendo un nuevo año. El tipo ya no festeja, se ahorra el significado. Claro, yo casi le digo que nadie dijo que resultaría fácil, pero adivino que él lo sabe, a juzgar por el modo en que enciende un cigarrillo y mira a través de la ventana.
Muchas personas no pueden con su genio (como yo, que al pensar en la dentadura amarillenta, no puedo evitar imaginarme el mal aliento), por eso comprendo su dificultad en exteriorizar sus sentimientos. Sé que los ve como acciones difíciles e inútiles de realizar, que había dejado de realizar sin lograr impedirlo. Aunque se nota que las extraña, o no hubiese tomado nuevamente el papel y la birome y se esforzase en escribir para romper el desencanto, como para sentirse vivo, como si verdaderamente le importara y detrás de la birome le fuese la vida.
Yo creo que de verdad le importa por cómo de a ratos se mira las manos. Retrocede en los años. Se está acordando de cuando no las sentía como ahora. Eran años de encantamiento. Alguna vez se sintió libre y creyó en sus manos. Incluso llegó a creer en la necesidad del muro y en la de contribuir para aumentar su altura. A veces no hace falta un conjuro para romper con los encantamientos. Él se dio cuenta de que había ocurrido cuando comenzó a llamarse “tipo” a sí mismo y hablaba de él como si fuera de otra persona.
Yo no soy quién para determinar si es motivo de locura, pero estoy seguro de que duele cuando el encanto se rompe. De todos modos debo coincidir en que eso ya pertenece al pasado y carece de importancia, y que hoy la prioridad es vencer al desencanto. Por eso otra vez intenta con la birome; aunque no le resulta fácil (ha pensado en cerrar la ventana para no ver el muro y ha desistido porque igual sabrá que está ahí, del otro lado). No es poca su voluntad, pero se queda sin palabras. Haciendo tiempo utiliza el costado del margen para hacer dibujitos. Ahora está probando con figuras geométricas: siempre le asombraron los ángulos. No siempre fue así, pero hoy duda con los rectos, desconfía de los agudos, se descontrola con los obtusos, se indigna con los llanos.
Piensa, se imagina cómo se vería, cómo influiría entre los dibujitos y figuras el agregado de un círculo o de un cuadrado. Concluye que no, basta, el mundo está lleno de cuadrados que mueren por los círculos y círculos repletos de tantos cuadrados. De pronto se sorprende porque no sabe en qué momento dibujó un triángulo. Perplejo y absorto, la trinidad no le anima: “Esta necedad de creer en los milagros” atina a garabatear.
Más que esperar, el tipo apostaría por un par de brazos (incluso los míos), pero ya no se acuerda de cómo debe jugar; además sabe que su suerte ya está echada y no quiere, ni tiene, ganas de callarse. Vuelve con la birome y vuelve a hablar de él mismo como si se tratase de otra persona a la que se le va escapando la vida.
Se apura y se desespera porque las palabras van apareciendo más claras y lo molesta el desencanto. Se detiene en un respiro necesario para recobrar el pulso. Sacude la birome. Debe remarcar algunas palabras. La frota entre las manos esperando que baje un poco más de tinta y sólo logra repujar el papel. Está  puteando por lo bajo y la situación sería chistosa si el tipo vencido por la birome no estuviera mirando como mira otra vez por la ventana, sintiéndose tan ladrillo, otro estúpido ladrillo más, a punto de ser pegado silenciosamente para preservar la integridad y altura del muro (en el que alguna vez creyó).

Menos mal que yo tengo la ventaja de ser un simple testigo de la desesperación de este marginal ladrillo anónimo, que siente que irá a reemplazar a alguno de los que han ido desgranándose. Tratando de calmarlo, de que se sienta menos pared -y como creo saber qué se proponía conseguir con la escritura-, le digo que voy a terminar lo que él pretendía. Y que se quede tranquilo, que alguien lo leerá. Y que seguro en el futuro encontraremos algún osado animándose, intentando derribar el maldito muro o al menos escalarlo, pero por fin trasponerlo.

D.O.V.

* Hará unos quince años que escribí "La rebelión del ladrillo", relato que, junto con otros, componen mi libro "Las primeras personas", editado en octubre de 2009. Quizá porque hoy al releerlo creí que de él se desprendía cierta vigencia, a pesar de los años transcurridos; o quizá y simplemente porque sentí cierto gusto y placer en su lectura, y porque aquellas cosas que nos gustan nos llevan a querer compartirlas, es que decido publicarlo nuevamente a través de este medio.

Daniel Osvaldo Vangioni

2 comentarios:

  1. Creo entender que el relato habla de la incertidumbre de la vida, del muro interior que nos proponemos entre la multitud que no edifica la puerta o la escalera que nos deje del otro lado y no en una misma cripta sepultados.

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  2. Gracias por tu comentario, José. Se destaca tu sensibilidad al analizar e intentar comprender la intencionalidad del relato. La rebelión del ladrillo, al igual que los demás relatos que componen el libro "Las primeras personas", fueron escritos en el período comprendido entre fines de 2001 y principios de 2002. Ubicados en aquella caótica época vivida en la Argentina, los relatos pierden cierta ambigüedad y dejarían traslucir dónde, y cómo, nace la inspiración que me llevó a redactar y, varios años después, lograr su publicación, concretar mi sueño. Muros, José; sí. En nombre del progreso y la civilidad, el ser humano se especializa en este tipo de construcciones, y acaba transformándose en su propia víctima.

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