miércoles, 19 de enero de 2011

2011

Ahora, porque nuevamente me señalan, deberé fingir que despierto a un nuevo idioma; y que tendré que ser cómplice de ideas y proyectos que acabarán endilgándome como propios, personificándome. Ideas variadas, de esas que saben anidar en el hielo intransigente de los polos, o de las que terminan derritiéndose por su propia calentura, y también de las que se asilan o gestan en hospicios. Y tendré que soportarlas, viendo cómo se llevan a la práctica. No puede ser de otro modo. Es la costumbre. Pero estoy harto de los redescubrimientos: no es grato verme nuevamente con la cara chamuscada por la pirotecnia, entre vítores de sirenas y bocinazos; y también de imprecaciones. Todos despidiendo al harapiento, contando los segundos para renovar sus votos. Y luego recibirme como si fuera nuevo, como si fuera recién nacido, cuando en realidad, yo soy viejo. Y como todo viejo, estoy curtido por aquellos que me quieren arrostrar la obligación y facultad para cambiarlos. Como si yo fuera un mago. Como si mi barita mágica fuese capaz de penetrar la idea iluminada y expuesta, para procrear alguna especie de algo nuevo. Asumo que el ser humano sigue creyendo en la utopía de que vendrá algún mago a cambiar la realidad que construyeron y que no pueden derribar por ellos mismos.
Pero soy viejo. Con otra velita que, incontrolable, va sumándose a las otras en mi haber. Y sé que poco antes de que cumpla un nuevo año, todavía escucharé a algunos proponer convencidos que la esperanza está aún por descubrirse. Y sé, avalado por mi edad, que ningún ente puede crear u ofrecer infinitas caras; sólo atina a improvisar, hurgando en su arcón para rescatar alguna que otra máscara usada y olvidada por el tiempo, que resulte desconocida para las generaciones jóvenes, que siempre buscan algo original y protagónico. Mientras tanto, las generaciones viejas, a las que conozco muy bien, ni siquiera alzarán los rostros para observar una mueca conocida. Harán un gesto con los hombros y seguirán indiferentes cargando con lo suyo, porque lo suyo es una vida que agotó sus fuerzas tratando de provocar un cambio que en la práctica, terminó resultando más de lo mismo.
Si tuviera que encasillar lo que pretenden hacer conmigo al olvidarse de los años que tengo, nada más cercano a la violencia infantil he conocido. Me tratan como a un bebé que inocente, ignora que deberá afrontar la pedrada cuando nuevamente lo vean como a un viejo inútil, y apresurados lo despidan porque no colmó sus expectativas. Creen incluso, que llegarán a inmutar mi rostro, recurriendo al uso de poderosos fuegos artificiales y de homilías (también artificiales), sin duda pretendiendo ser igual de poderosas. No se dan cuenta. Soy el mismo viejo de siempre, sin edad definida, que conoce y se ríe de la medida del hombre. Lo que llaman progreso, nunca será nieto mío. Lo que llaman verdad, nunca saldrá de mi boca. Lo que llaman amor, seguramente no tendrá mi perseverancia. Por eso sigo fingiendo que llego para ser mejor, como una hoja en blanco. Y siempre me marcho con enmiendas y raspaduras, con acotaciones al margen, con infinitas preguntas y ninguna respuesta de reacción humana que rescate al ser humano de sí mismo.
Y en lugar de ver esa realidad, ellos siguen con sus conjuros de artificios, de palabras que no tienen sustento. Pidiéndome año a año que me vaya por favor; pero que regrese, y renueve la esperanza. Si me fuera permitido, en lugar de esperanza, les traería lentes para que puedan ver que el ser humano no es aquél que tropieza con la misma piedra.
Yo sé muy bien, simplemente porque lo sé, que es el propio ser humano quien tira la piedra; y siempre, confundido y a tientas, acaba tropezándose con ella.

Daniel O. Vangioni
Esperanza, 1 de enero de 2011

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