lunes, 17 de enero de 2011

Busco amparo en mi verso

Busco amparo en mi verso;
El verso libre.
Busco el desahogo
a esta simple tristeza
de sabernos condenados,
bañada de soles y lunas,
y de llantos.
Es mi verso una carga que soporto,
un refugio a la intemperie e inclemencias.
A riesgo de perder el juicio o el camino,
voy como van por el mundo esos caracoles:
con mi casa a cuestas.

Cubren el terreno telarañas de babas,
rumbos sinuosos.
El gran misterio de la vida
vibra en el interior de mi frágil verso:
la eterna pregunta,
por qué y hacia adónde.

Con el albedrío a flor de labios
vamos palpando caminos
arrastrando despojos,
adormecidos,
condicionados.
Aguantando con resignación el golpe o la caída;
procurando la constancia
o la debida paciencia,
y reparar entonces
la grieta en nuestra coraza.

Gritos. Grito ahogado en mi verso:
¡Qué difícil transitar la tierra
a la que me aferro!

Vamos siguiendo rastros con el mismo miedo.
Un miedo viejo y deslumbrante.

Hemos vivido
y hemos muerto temerosos:
lo dicen los vestigios.
Aplicando el oído en nuestras casas
pueden escucharse
los quejidos de un mar intemporal
golpe a golpe denunciando ultrajes y saqueos,
y llanto a llanto
a las víctimas de nobles atropellos
(porque el fin
al cabo, siempre justifica los medios).

Hemos vivido
y vivimos, ajenos a nuestra fragilidad.
Lo dicen despojos,
miedo tras miedo igual que caracoles;
detrás de los miedos
y los ruegos
para que el golpe no nos mate.

Ingenuidad de agazaparnos
y soportar el peso de la carga,
con la esperanza puesta en el milagro.

Buscamos, trepamos
con nuestro escudo a cuestas:
tronco,
rama,
hoja,
en esa altura es una vislumbre el cielo.
(El gran misterio de la vida
vibrando interrogante,
por qué y hacia adónde).

Siempre el mismo dilema,
bajar o caer.
El azar del caer.
Así construimos nuestra historia de miedos.
Sujetos a la tierra.
Tejiendo telarañas.
Vulnerables.


Daniel Osvaldo Vangioni

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