lunes, 17 de enero de 2011

Permitidme contener mi aliento



“…me durmieron con un cuento,
y me he despertado con un sueño…”
León Felipe

Permitidme contener mi aliento,
tan sólo por un instante.
Aunque sepamos que el aire
fluye inocente y puede ser compartido.
Quiero retenerlo,
y lo quiero mío;
porque en la tierra donde estoy,
se lo cree privilegio de unos pocos.
Quiero retenerlo
porque,
entre aspiración y exhalación
puede surgir el suspiro
mirando al cielo,
que también a veces
es la mesa del sector privado.

¿Acaso el aire nos hace iguales
para que el cielo brille de distinto modo?

En este tiempo,
-y porque el tiempo es frágil-,
quizá en el fondo nos parezcamos
cuando respiramos lo mismo,
o hablamos de lo mismo.
Acunando amores
o anidando odios,
insistiendo, reclamando,
o suspirando levemente
como ahora estoy haciéndolo,
lanzando al aire una apuesta por el género,
un rezo a un dios
antiguo y transparente,
para que finalmente no se rasgue
ese tejido llamado hombre.

Digo que no somos solamente algodón o lycra,
átomo o bacteria,
madera o fibras de carbono.

Somos sólo aire:
inocentes etéreos,
utópicos, creadores,
barrenadores del alma.
Pecadores de los buenos;
de aquellos,
que no pueden callarse;
y hablan,
lanzando a la costa
sus ideas y sueños
como la marea alta.

Navegantes ilusos,
pisando la tierra con cuidado
adonde la ilusión,
asalariada,
es un ave posándose con recelo
en el lugar elegido para hacerlo.

Los navegantes saben,
presienten
que allá en el horizonte
el mundo no duerme.
Y mientras vos y yo,
en este lado del sol
dormimos descansamos,
existen otros ojos;
es decir,
otras miradas
y otro lenguaje
completamente distinto.

Duele esa brisa con anhelos de borrasca.
Porque aquí,
país que bosteza
en un mundo perplejo
y de ojos abiertos,
donde supuestamente
bregamos por lo mismo,
y se dejan de lado
o sobreentendidos los supuestos,
yo me parezco al ave recelo,
no dejo que me acune la esperanza
servil,
obsecuente,
estéril,
comunitaria.

(Es fácil convenir
que el género,
de tanto y tanto tironearlo
finalmente se rompe).

El mundo, lo sé como cualquiera,
no duerme.
Tampoco la avaricia
de sus hombres desvelados
pioneros del encanto,
esbirros de los malditos timbres,
y de los despertadores,
que desconocen e ignoran
de qué tratan los sueños.

Sin esperar al sol
yazgo en mi tierra
acompañado.
Ser entre los seres,
solitario.

Sé que otros conspiran,
del otro lado de nuestra sombra,
contra mis brazos y los tuyos.
Se ríen de nuestro diccionario y sus palabras.
Somos soñadores,
se dicen.
Ellos llaman a los sueños
proyecciones;
y actúan en consecuencia
entre cálculos medidos,
y resignando daños colaterales.

Una gris diferencia,
tal como observar la realidad,
sin ser realista,
sin comprometerse con ella.

Y desde su encumbrada postura
Porque en el norte está la flama,
encienden la candela,
y velan por nuestro ajeno porvenir.
Porque ellos inventaron el carné y son el mundo,
que no descansa.
Ni duerme.


Daniel O. Vangioni

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