viernes, 21 de enero de 2011

Fósil errante


Tenía mucha razón Saint Exupery cuando decía que lo esencial es invisible a los ojos.
Podemos comprender entonces por qué el hecho en particular no asombre, no alarme, ni siquiera aventure una opinión entre aquellos pobladores adormilados por el calor prematuro que trae la primavera.
Semienterrado, el espécimen de unos cuarenta años de antigüedad, había visto pasar el invierno (en realidad fueron muchos), pero este último, quizá por la latitud, le había parecido más desencantado, menos ingenuo que los anteriores.
Sabía que no era el único en su tipo, y muy interiormente, había tenido la certeza de que tampoco sería el último. Por eso había aceptado las pautas de su destino y también que su situación, como las de muchos, se tornase natural por lo cotidiana.
Las noticias son como los sueños: angustia o risa, esperanza o resignación, fatalidad que indigna o resulta indiferente. Emociones, que en la mayoría de los casos quedan olvidadas cuando los ojos se abren para descubrir que nuestro mundo, ese entorno donde nos desenvolvemos, sigue siendo igual, que gracias a Dios, no ha sido modificado.
Sólo algunos sueños se transforman en realidad. Cuando esto ocurre, la mayoría abre desesperadamente los ojos, mientras que sólo una minoría se halla dispuesta a enfrentar la verdad, predisponiendo su valor y su memoria, su esfuerzo y su integridad, e intenta hallar los canales necesarios para desahogar o movilizar una situación que está pasando inadvertida para aquella mayoría, desatenta en el mejor de los casos, y en el peor, desentendida.
El fósil no se resigna a ser fósil. Los indicios marcan su origen en una ciudad que integraba, antes de los glaciares, lo que antaño fuera un cordón industrial de relevancia, cuna de millares de hogares donde se pensaba que la incertidumbre era sólo una cualidad del futuro.
Por aquella época el espécimen brillaba en su juventud, y su juventud era la llave que, sin saberlo, iría abriendo las puertas para acceder a ese futuro de incertidumbre.
La juventud siempre es abundancia. Por eso es imposible darse cuenta que se va agotando hasta que sólo quedan unas pocas gotas que comienzan a evaporarse irremediablemente.
El fósil se dio cuenta de que no podría torcer o luchar contra esa nueva era, en la que comenzaba a escasear el alimento, la seguridad, las esperanzas; y dentro de su juventud que iba extinguiéndose, se extinguía también la confianza en los líderes de la manada, incapaces de adaptar ideas y generar soluciones para evitar el final que se iba vislumbrando.
Así que decidió emigrar de esas tierras, para eludir su destino de petróleo. Olfateó el aire buscando el vestigio, una señal que lo llevara a tierras más propicias para continuar con su vida.
Es increíble hasta dónde puede llegar el frío cuando la esperanza comienza a descarnarse y el entusiasmo es forzado a replegarse porque no hay lugar para la veteranía.
El veterano es ocaso; preparación y experiencia, e incluso la honestidad, penumbra y vicios. El ocaso es una noticia que afecta, que apresura a cerrar los ojos y pretender que se está durmiendo. Nadie alzará la voz. Nadie dirá que existe un fósil. Errante fósil que permanecerá semienterrado e ignorado a pesar que a plena luz del día estén asomando y resplandezcan sus huesos.

Daniel O. Vangioni

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